Pedagogía de
la Misión
Brandon
Molina
La
misión solo hace justicia a la enseñanza bíblica y a la situación concreta
cuando es integral. (Padilla, 2006)
Introducción
El término misión ha sido
usado a lo largo de la historia en la iglesia, y tiene diferentes implicaciones
dependiendo de la perspectiva doctrinal que se tome. Algunas perspectivas están muy lejos de lo
que las Escrituras nos enseñan. Es importante entender que la misión cristiana
no es solo una cuestión de salvación, sino también de transformación, de una
transformación de todas las áreas de la vida. Bosch (1989) señala que la misión
debe ser una respuesta al llamado de Dios para trabajar por la justicia, la paz
y la reconciliación en el mundo. La misión cristiana en sí no solo se enfoca en
la salvación individual, sino que también busca la transformación de las
estructuras sociales y políticas que contribuyen a la injusticia y la opresión.
La misión cristiana es una misión integral. Padilla (1998) explica que hablar de misión integral es
hablar de la misión orientada a formar personas solidarias, que no viven para
sí sino para los demás; personas con la capacidad de recibir y dar amor;
personas que tienen hambre y sed de justicia y que trabajan por la paz (Mt. 5:
6,9).
Es importante destacar la
importancia de tener una comprensión más amplia de la misión, que no se limite
solo a la evangelización. Pareciera que en Latinoamérica la iglesia interpretó
el evangelio como un estado del más allá dejando de lado la justicia, la
misericordia y la denuncia en el mundo en el que vivimos. Una de las razones
por las cuales la misión se concibe así es por la herencia teológica que la
mayoría de las iglesias en Latinoamérica tienen. Muchas de las iglesias
provienen de misiones surgidas en el mundo anglosajón, y en algunos casos, la
teología de estas misiones llevó a ver la vida cristiana como separada del
mundo (Escobar, 1969).
Asimismo, por muchos años se
ha desarrollado una teología pesimista que ha afectado la forma de comprender
la misión de la iglesia en muchas formas, y no permite ser la iglesia que Dios nos
ha llamado a ser. Pistilli (2020) haciendo un recorrido histórico sobre la
teología que se ha desarrollado en las iglesias afirma:
“En
los tiempos de la Primera Guerra Mundial y de la mano de algunos teólogos de
esa época, se introdujo entre los grupos protestantes la “teoría
premilenialista”. A partir de esta teoría se desarrollaron ideas que calaron
profundamente, como la visión del presente “mundo malo” completamente
irredimible e inmejorable, o la idea de que el proceso mundial de deterioro
ecológico, político, social, económico y moral seguirá avanzando de manera
continua hasta la segunda venida de Jesucristo. El argumento es, entonces, que
si el mundo continuará empeorando y si únicamente Jesucristo lo restaurará
cuando venga, ¿qué sentido tiene tratar de mejorar la sociedad ahora? ¿Qué
significado tiene cuidar a una creación que de todas maneras se irá destruyendo
paulatinamente hasta el fin?”
Este tipo de perspectiva teológica muy antibíblica ha
permeado en la iglesia en Latinoamérica, y en cada aspecto de la vida de la
iglesia, incluyendo la forma en que se entiende la misión. Ante esto, es
importante hacerse la pregunta, si lo que queremos es ser la iglesia que Dios
quiere, y tener una perspectiva más acertada y bíblica, ¿cómo podemos lograr
que la iglesia latinoamericana reflexione y se abra a nuevas perspectivas que
permitan dialogar sobre lo que es ser iglesia y la misión?
Pedagogía de la misión, parte de la respuesta
Parte de la respuesta es la pedagogía de la misión, es
decir, la forma en que enseñamos la misión y el evangelio. Pedagogía, proviene
del griego antiguo paidagogos que, según la antigua Grecia, el
“paidagogos” era el esclavo que llevaba al niño a la escuela, y velaba por su
educación hasta convertirse en adulto. Por lo tanto, la pedagogía se define
como la ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza. En las escrituras,
encontramos también el término paideia del cual se deriva paidos y que
también se refiere al proceso de educación especialmente a través de la
disciplina que lleva a una madurez (Friedrich et al., 2003).
La educación ha sido relevante desde tiempos antiguos; en
el mundo hebreo, la educación basados en la Ley de Dios, la cual era esencial
en la educación del pueblo, estaba a cargo de los sacerdotes, los escribas, y
los profetas. Aunque la ley era como la constitución del pueblo, y se esperaba
que sus vidas se desarrollaran alrededor de ella, no siempre la tuvieron
presente en sus vidas según lo registran las escrituras; lo cual llevó al
pueblo muchas veces a su desobediencia a Dios y muchas veces hacia su destrucción
por haber dejado de aprender de la Ley de Dios, y no reconocer a Dios como
maestro, y por una falta de enseñanza integral de generación a generación.
Dentro de este contexto, el lugar primordial de educación era el hogar, donde
la madre se encargaba de la parte de cuidado y un poco, instrucciones de
carácter moral, mientras el padre impartía la educación religiosa, mayormente
de carácter oral. Las sinagogas también eran centros de educación, donde los
maestros de la ley, mayormente levitas enseñaban. La memorización era
importante en este tiempo (Douglas & Tenney, 2003). Por lo tanto, desde
tiempos antiguos, Dios ha tenido la intención de formar integralmente al ser
humano abarcando todas las áreas de la vida.
Durante muchos años, se han desarrollado diferentes
enfoques pedagógicos en el mundo de la educación que a su vez son trasladados a
ministerios e iglesias. Quienes enseñan en pulpitos y plataformas, así como los
que enseñan en otros espacios, son formados en este contexto bajo un sistema de
educación especifico, y bajo un modelo pedagógico especifico. Mucho se habla de
sistemas educativos deficientes en Latinoamérica en los que se forma a
estudiantes bajo un enfoque tradicional, y es inevitable pensar que la forma en
que formamos dentro de las iglesias está fuertemente influenciada por el
sistema educativo de nuestros países.
Entre algunas de las deficiencias de los sistemas
educativos latinoamericanos está la descontextualización, enfoques
tradicionales centrados en la memorización y la repetición, falta de formación,
evaluaciones deficientes, entre otros (Vivas, 2017). Ante esto, surgen las
preguntas, En nuestras iglesias, ¿reflexionamos sobre la forma en que
aprendemos y enseñamos? ¿tendremos diferentes enfoques pedagógicos efectivos
para la enseñanza de las Escrituras?
Vilamajó (2020) afirma que la Iglesia necesita la educación teológica y
la educación teológica no tiene razón de ser aparte de la Iglesia. La educación
teológica a través de los años ha venido cambiando y se ha dejado influenciar
“por el mundo académico secular” (Vilamajó, 2020, p.20) Esto ha causado muchas
malas prácticas de la formación teológica en la que es más importante impartir
conocimiento y definir conceptos teológicos que entenderlos profundamente para
aplicarlos.
Según Paulo Freire (1982), una pedagogía
efectiva se define como un enfoque educativo que busca
la concientización y la liberación de los estudiantes a
través del diálogo, la reflexión crítica y la acción. Para Freire, la educación debe ser
un instrumento de transformación social. ¿No es eso lo que busca el evangelio en sí? Esa es parte
de la misión de la iglesia, la transformación social. Padilla (1998) comparte
que todas las iglesias están llamadas a colaborar con Dios en la transformación
del mundo a partir del evangelio centrado en Jesucristo como Señor del
universo, cuyo señorío provee la base para una eclesiología integral y una
misión integral. Además, reconocemos que la forma en que entendemos y
practicamos la misión cristiana está intrínsecamente ligada a la pedagogía que
se ha empleado en la formación de líderes, lideresas y fieles en nuestras
comunidades de fe. La manera en que enseñamos y transmitimos los valores y
principios del evangelio tiene un impacto significativo en nuestra comprensión
y aplicación de la misión.
Uno de los pasajes más recordados del antiguo testamento,
es el pasaje del gran mandamiento donde Jehová manda al pueblo de Israel a
transmitir la ley de Dios a sus hijos y a “los hijos de sus hijos” y llevar
esta ley en todo aspecto de la vida, pues la enseñanza es clave para que haya
una transformación personal que conlleve a una transformación del entorno.
Grábate
en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente
a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el
camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como
un signo, llévalas en tu frente como una marca y escríbelas en los postes
de tu casa y en los portones de tus ciudades. (NVI, Deuteronomio 6:6-8,)
En nuestros espacios eclesiales es importante que evaluemos
la forma en que enseñamos, y que resultados está dando. Si la iglesia de hoy es
una iglesia que ha creado una dicotomía entre lo secular y lo sagrado, es por
el proceso de enseñanza que se ha dado en las generaciones pasadas. Siguiendo
la filosofía de Freire, para que un maestro o maestra enseñe un evangelio
integral, debe también haber sido enseñando(a) o estar dispuesto a formarse desde
una pedagogía libertadora que incluya formación en reflexión crítica, sentido
de justicia, y responsabilidad social, porque es así como podrá guiar a otros y
otras para descubrir las verdades ricas del evangelio, y promover la misión de
Dios para la iglesia como agente de transformación social.
Como ejemplo de un maestro con pedagogía libertadora,
tenemos a Jesús, el maestro de maestros. Es fundamental reconocer que no solo
la resurrección, sino también el período de formación de Jesús en los tres años
previos a su crucifixión, es decir su pedagogía en su enseñanza fue crucial en
la historia del cristianismo. Ambos aspectos, la formación de los discípulos
durante ese lapso y la resurrección de Jesús, convergen en la fundación y el
crecimiento del movimiento cristiano, permitiendo que nuestra fe perdure y
florezca en el presente. Jesús solo tenía 3 años. Su tiempo era corto, y sabía
que debía dedicar ese corto tiempo en enseñar de una manera que transforme la
vida de sus aprendices, y que, además, rinda frutos en el futuro. La
resurrección fue el punto de salto para los apóstoles, pero la formación de
Jesús fue la preparación previa para llevar el evangelio y traer el reino de
Dios hasta nuestros días. Sus enseñanzas permanecen hasta hoy, mostrándonos
como aplicar el reino de Dios y sus valores a nuestro contexto y nuestra
realidad. Solo un maestro con una pedagogía efectiva pudo causar eso, y ese es
el tipo de pedagogía que necesitamos en nuestras iglesias y ministerios.
Formando Discípulas y Discípulos
Transformadores
“Debido
a su negligencia con relación a la enseñanza bíblica sobre la unidad de la
iglesia, ella se convirtió en una misiología hecha bajo medida para iglesias e
instituciones cuya función principal en la sociedad es apoyar el estatus quo
(…) La misiologia que la iglesia necesita hoy no es una que conciba el pueblo
de Dios como una entrevista hecha con la sociedad que le rodea, sino que la
conciba como un punto de interrogación hecho carne que cuestione los valores
del mundo.” (Padilla, 2005)
En muchos contextos eclesiales, la forma en que hemos
enseñado la misión ha sido influenciada por un enfoque tradicional que prioriza
la enseñanza dogmática y la memorización de creencias. Si bien es esencial
impartir una sólida base teológica, esta aproximación puede limitar la
capacidad de las y los discípulos para relacionar su fe con la realidad
cotidiana y para comprometerse activamente en la misión de Dios en el mundo.
Por lo tanto, es necesario adoptar una pedagogía más dinámica y participativa
que fomente el pensamiento crítico, la reflexión contextualizada y el
compromiso práctico.
La formación teológica en este sentido toma un rol
importante, y puede ser una herramienta muy útil en las manos de Dios para
edificar a la iglesia y ser de bendición para el mundo al buscar no solo
impartir conocimiento sino nutrir las almas de los estudiantes para ser más
como Jesús y ser preparados para ser sus manos. El problema que se ha dado es
que, la formación teológica, recibida por quienes predican en pulpitos y
enseñan en otros espacios, es una formación de perspectiva limitada o
divorciada de la realidad, enfocada solo en el plano espiritual y un reino del
más allá. Erdman (1911) decía:
“Un
verdadero Evangelio de la gracia es inseparable de un Evangelio de las buenas
obras. No se pueden divorciar las doctrinas cristianas de los deberes
cristianos. Con la misma claridad con que define la relación entre Cristo y el
creyente, el Nuevo Testamento define la relación entre el creyente y los
miembros de su familia, los vecinos en su comunidad y los conciudadanos en su
país. Necesitamos poner un énfasis renovado, hoy en día, en las enseñanzas
sociales del Evangelio y debemos hacerlo nosotros que aceptamos la totalidad
del Evangelio y no dejar que esas enseñanzas las interpreten y apliquen
solamente aquellos que niegan lo esencial del cristianismo” (p.118)
Una pedagogía de la misión efectiva debe incorporar
elementos de aprendizaje experiencial que permitan a las y los discípulos
explorar y aplicar los principios del evangelio en situaciones concretas. Esto
puede incluir actividades prácticas como el servicio comunitario, la
participación en proyectos de justicia social y la reflexión teológica sobre
las experiencias vividas y las situaciones que pasan en la sociedad. A través
de estas prácticas, las y los discípulos tienen la oportunidad de internalizar
y encarnar los valores del Reino de Dios en su vida diaria, convirtiéndose en
agentes de transformación en sus contextos locales.
“La
comprensión de la evangelización como tarea central no debiera llevarnos a
cerrar los ojos a las otras tareas urgentes: la enseñanza de "todo
el consejo de Dios" tendiente a que los creyentes progresen hacia la
"madurez en Cristo"; el culto corporativo como expresión de la
comunión en Cristo; el servicio mutuo y el cultivo de aquel tipo de relación
que hace de la comunidad cristiana una expresión visible de la acción del
Espíritu en las vidas de los hombres. Es decir: marturia, koinonia y
diaconía. La Iglesia es más que una proclamadora, hábil en la comunicación
de contenidos mentales: es la expresión visible de la verdad que proclama.”
(Escobar, 1969)
Escobar señala muy bien que, si bien la evangelización es
una tarea central para la iglesia, no debe llevarnos a descuidar otras
responsabilidades igualmente importantes. Entre estas responsabilidades,
destaca la enseñanza de "todo el consejo de Dios". Es necesario
resaltar la necesidad de una formación integral de las y los creyentes, que les
permita progresar hacia la madurez en Cristo. Esta enseñanza abarca no solo
aspectos doctrinales, sino también éticos y prácticos, equipando a las y los
creyentes para vivir de acuerdo con los principios del evangelio en todas las
áreas de sus vidas. La clave de
todo esto es dejarse enseñar, y enseñar desde la sencillez como Jesús lo hizo,
con una pedagogía en la que tanto el maestro como el alumno dialogan,
reflexionan y desarrollan pensamiento crítico para buscar la voz de Dios y ver
la realidad con Sus ojos.
Al reconocer que la misión va más allá de la mera
evangelización y abarca la transformación integral de individuos y sociedades,
nos enfrentamos al desafío de reformar nuestras prácticas educativas en las
iglesias. Este cambio implica adoptar una pedagogía que fomente la reflexión
crítica, el compromiso práctico y la contextualización de los principios del
evangelio. Siguiendo el ejemplo de Jesús, el maestro supremo, debemos buscar
una educación teológica que no solo transmita conocimientos, sino que también
nutra el alma y forme discípulas y discípulos transformadores que a su vez
formen a otros y otras. Solo así podremos cumplir la verdadera misión de la
iglesia como agente de cambio en el mundo, cuestionando los valores del mundo y
encarnando la verdad que proclamamos. En última instancia, la pedagogía de la
misión nos invita a un diálogo constante entre maestros(as) y discípulos(as),
en búsqueda de la voz de Dios y el discernimiento de su voluntad en nuestra
realidad presente.
Referencias
Bosch, D. J. (1989). Misión en transformación: Cambios
de paradigma en la teología de la misión. Clie.
Douglas, J. D., & Tenney, M. C. (2003). Diccionario
bíblico: Mundo Hispano. Mundo Hispano.
Escobar, S. (1969). La responsabilidad social de la
iglesia. Ponencia presentada en el Primer Congreso Latinoamericano de
Evangelización.
Friedrich,
G., Bromiley, G. W., & Kittel, G. (2003). Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Libros Desafío.
Freire, P. (1982). La educación como práctica de la
libertad. Siglo XXI Editores.
Freire, P. (2005). Pedagogía de la esperanza.
Siglo XXI Editores.
Mateo Vivas Hernández, I. (2017). El pensamiento
pedagógico latinoamericano y la reflexión educativa: Un desafío para los nuevos
educadores. Presentado en el 4to Congreso Latinoamericano de Filosofía de
la Educación.
Padilla, C. R. (1998). Visión Global - práctica local.
Revista Iglesia y Misión.
Padilla, C. R. (Ed.). (1998). Bases bíblicas de la
misión: Perspectivas Latinoamericanas. Nueva Creación.
Padilla, C. R. (2005). Missão Integral, ensaios sobre
o reino e a igreja. Descoberta.
Pistilli P. (2020). Palabra y Mundo: Esperanza para la
creación. La teología pesimista y su impacto en el mundo actual.
Padilla, C. R. (2000) El proyecto de Dios y las
necesidades humanas. Ediciones Kairós.
Vilamajó Sanchis, E. (2020). Formar para transformar:
Propuesta para renovar el ministerio de enseñanza en la Iglesia. Andamio
Editorial.
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