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Pedagogía de la Misión

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miércoles, 12 de junio de 2024


Pedagogía de la Misión

Brandon Molina

La misión solo hace justicia a la enseñanza bíblica y a la situación concreta cuando es integral. (Padilla, 2006)

Introducción

El término misión ha sido usado a lo largo de la historia en la iglesia, y tiene diferentes implicaciones dependiendo de la perspectiva doctrinal que se tome.  Algunas perspectivas están muy lejos de lo que las Escrituras nos enseñan. Es importante entender que la misión cristiana no es solo una cuestión de salvación, sino también de transformación, de una transformación de todas las áreas de la vida. Bosch (1989) señala que la misión debe ser una respuesta al llamado de Dios para trabajar por la justicia, la paz y la reconciliación en el mundo. La misión cristiana en sí no solo se enfoca en la salvación individual, sino que también busca la transformación de las estructuras sociales y políticas que contribuyen a la injusticia y la opresión. La misión cristiana es una misión integral. Padilla (1998) explica que hablar de misión integral es hablar de la misión orientada a formar personas solidarias, que no viven para sí sino para los demás; personas con la capacidad de recibir y dar amor; personas que tienen hambre y sed de justicia y que trabajan por la paz (Mt. 5: 6,9).

Es importante destacar la importancia de tener una comprensión más amplia de la misión, que no se limite solo a la evangelización. Pareciera que en Latinoamérica la iglesia interpretó el evangelio como un estado del más allá dejando de lado la justicia, la misericordia y la denuncia en el mundo en el que vivimos. Una de las razones por las cuales la misión se concibe así es por la herencia teológica que la mayoría de las iglesias en Latinoamérica tienen. Muchas de las iglesias provienen de misiones surgidas en el mundo anglosajón, y en algunos casos, la teología de estas misiones llevó a ver la vida cristiana como separada del mundo (Escobar, 1969).

Asimismo, por muchos años se ha desarrollado una teología pesimista que ha afectado la forma de comprender la misión de la iglesia en muchas formas, y no permite ser la iglesia que Dios nos ha llamado a ser. Pistilli (2020) haciendo un recorrido histórico sobre la teología que se ha desarrollado en las iglesias afirma:

“En los tiempos de la Primera Guerra Mundial y de la mano de algunos teólogos de esa época, se introdujo entre los grupos protestantes la “teoría premilenialista”. A partir de esta teoría se desarrollaron ideas que calaron profundamente, como la visión del presente “mundo malo” completamente irredimible e inmejorable, o la idea de que el proceso mundial de deterioro ecológico, político, social, económico y moral seguirá avanzando de manera continua hasta la segunda venida de Jesucristo. El argumento es, entonces, que si el mundo continuará empeorando y si únicamente Jesucristo lo restaurará cuando venga, ¿qué sentido tiene tratar de mejorar la sociedad ahora? ¿Qué significado tiene cuidar a una creación que de todas maneras se irá destruyendo paulatinamente hasta el fin?”

Este tipo de perspectiva teológica muy antibíblica ha permeado en la iglesia en Latinoamérica, y en cada aspecto de la vida de la iglesia, incluyendo la forma en que se entiende la misión. Ante esto, es importante hacerse la pregunta, si lo que queremos es ser la iglesia que Dios quiere, y tener una perspectiva más acertada y bíblica, ¿cómo podemos lograr que la iglesia latinoamericana reflexione y se abra a nuevas perspectivas que permitan dialogar sobre lo que es ser iglesia y la misión?

Pedagogía de la misión, parte de la respuesta

Parte de la respuesta es la pedagogía de la misión, es decir, la forma en que enseñamos la misión y el evangelio. Pedagogía, proviene del griego antiguo paidagogos que, según la antigua Grecia, el “paidagogos” era el esclavo que llevaba al niño a la escuela, y velaba por su educación hasta convertirse en adulto. Por lo tanto, la pedagogía se define como la ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza. En las escrituras, encontramos también el término paideia del cual se deriva paidos y que también se refiere al proceso de educación especialmente a través de la disciplina que lleva a una madurez (Friedrich et al., 2003).

La educación ha sido relevante desde tiempos antiguos; en el mundo hebreo, la educación basados en la Ley de Dios, la cual era esencial en la educación del pueblo, estaba a cargo de los sacerdotes, los escribas, y los profetas. Aunque la ley era como la constitución del pueblo, y se esperaba que sus vidas se desarrollaran alrededor de ella, no siempre la tuvieron presente en sus vidas según lo registran las escrituras; lo cual llevó al pueblo muchas veces a su desobediencia a Dios y muchas veces hacia su destrucción por haber dejado de aprender de la Ley de Dios, y no reconocer a Dios como maestro, y por una falta de enseñanza integral de generación a generación. Dentro de este contexto, el lugar primordial de educación era el hogar, donde la madre se encargaba de la parte de cuidado y un poco, instrucciones de carácter moral, mientras el padre impartía la educación religiosa, mayormente de carácter oral. Las sinagogas también eran centros de educación, donde los maestros de la ley, mayormente levitas enseñaban. La memorización era importante en este tiempo (Douglas & Tenney, 2003). Por lo tanto, desde tiempos antiguos, Dios ha tenido la intención de formar integralmente al ser humano abarcando todas las áreas de la vida.

Durante muchos años, se han desarrollado diferentes enfoques pedagógicos en el mundo de la educación que a su vez son trasladados a ministerios e iglesias. Quienes enseñan en pulpitos y plataformas, así como los que enseñan en otros espacios, son formados en este contexto bajo un sistema de educación especifico, y bajo un modelo pedagógico especifico. Mucho se habla de sistemas educativos deficientes en Latinoamérica en los que se forma a estudiantes bajo un enfoque tradicional, y es inevitable pensar que la forma en que formamos dentro de las iglesias está fuertemente influenciada por el sistema educativo de nuestros países.

Entre algunas de las deficiencias de los sistemas educativos latinoamericanos está la descontextualización, enfoques tradicionales centrados en la memorización y la repetición, falta de formación, evaluaciones deficientes, entre otros (Vivas, 2017). Ante esto, surgen las preguntas, En nuestras iglesias, ¿reflexionamos sobre la forma en que aprendemos y enseñamos? ¿tendremos diferentes enfoques pedagógicos efectivos para la enseñanza de las Escrituras?

Vilamajó (2020) afirma que la Iglesia necesita la educación teológica y la educación teológica no tiene razón de ser aparte de la Iglesia. La educación teológica a través de los años ha venido cambiando y se ha dejado influenciar “por el mundo académico secular” (Vilamajó, 2020, p.20) Esto ha causado muchas malas prácticas de la formación teológica en la que es más importante impartir conocimiento y definir conceptos teológicos que entenderlos profundamente para aplicarlos.

Según Paulo Freire (1982), una pedagogía efectiva se define como un enfoque educativo que busca la concientización y la liberación de los estudiantes a través del diálogo, la reflexión crítica y la acción. Para Freire, la educación debe ser un instrumento de transformación social. ¿No es eso lo que busca el evangelio en sí? Esa es parte de la misión de la iglesia, la transformación social. Padilla (1998) comparte que todas las iglesias están llamadas a colaborar con Dios en la transformación del mundo a partir del evangelio centrado en Jesucristo como Señor del universo, cuyo señorío provee la base para una eclesiología integral y una misión integral. Además, reconocemos que la forma en que entendemos y practicamos la misión cristiana está intrínsecamente ligada a la pedagogía que se ha empleado en la formación de líderes, lideresas y fieles en nuestras comunidades de fe. La manera en que enseñamos y transmitimos los valores y principios del evangelio tiene un impacto significativo en nuestra comprensión y aplicación de la misión.

Uno de los pasajes más recordados del antiguo testamento, es el pasaje del gran mandamiento donde Jehová manda al pueblo de Israel a transmitir la ley de Dios a sus hijos y a “los hijos de sus hijos” y llevar esta ley en todo aspecto de la vida, pues la enseñanza es clave para que haya una transformación personal que conlleve a una transformación del entorno.

Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo, llévalas en tu frente como una marca y escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades. (NVI, Deuteronomio 6:6-8,)

En nuestros espacios eclesiales es importante que evaluemos la forma en que enseñamos, y que resultados está dando. Si la iglesia de hoy es una iglesia que ha creado una dicotomía entre lo secular y lo sagrado, es por el proceso de enseñanza que se ha dado en las generaciones pasadas. Siguiendo la filosofía de Freire, para que un maestro o maestra enseñe un evangelio integral, debe también haber sido enseñando(a) o estar dispuesto a formarse desde una pedagogía libertadora que incluya formación en reflexión crítica, sentido de justicia, y responsabilidad social, porque es así como podrá guiar a otros y otras para descubrir las verdades ricas del evangelio, y promover la misión de Dios para la iglesia como agente de transformación social.

Como ejemplo de un maestro con pedagogía libertadora, tenemos a Jesús, el maestro de maestros. Es fundamental reconocer que no solo la resurrección, sino también el período de formación de Jesús en los tres años previos a su crucifixión, es decir su pedagogía en su enseñanza fue crucial en la historia del cristianismo. Ambos aspectos, la formación de los discípulos durante ese lapso y la resurrección de Jesús, convergen en la fundación y el crecimiento del movimiento cristiano, permitiendo que nuestra fe perdure y florezca en el presente. Jesús solo tenía 3 años. Su tiempo era corto, y sabía que debía dedicar ese corto tiempo en enseñar de una manera que transforme la vida de sus aprendices, y que, además, rinda frutos en el futuro. La resurrección fue el punto de salto para los apóstoles, pero la formación de Jesús fue la preparación previa para llevar el evangelio y traer el reino de Dios hasta nuestros días. Sus enseñanzas permanecen hasta hoy, mostrándonos como aplicar el reino de Dios y sus valores a nuestro contexto y nuestra realidad. Solo un maestro con una pedagogía efectiva pudo causar eso, y ese es el tipo de pedagogía que necesitamos en nuestras iglesias y ministerios.

Formando Discípulas y Discípulos Transformadores

“Debido a su negligencia con relación a la enseñanza bíblica sobre la unidad de la iglesia, ella se convirtió en una misiología hecha bajo medida para iglesias e instituciones cuya función principal en la sociedad es apoyar el estatus quo (…) La misiologia que la iglesia necesita hoy no es una que conciba el pueblo de Dios como una entrevista hecha con la sociedad que le rodea, sino que la conciba como un punto de interrogación hecho carne que cuestione los valores del mundo.” (Padilla, 2005)

En muchos contextos eclesiales, la forma en que hemos enseñado la misión ha sido influenciada por un enfoque tradicional que prioriza la enseñanza dogmática y la memorización de creencias. Si bien es esencial impartir una sólida base teológica, esta aproximación puede limitar la capacidad de las y los discípulos para relacionar su fe con la realidad cotidiana y para comprometerse activamente en la misión de Dios en el mundo. Por lo tanto, es necesario adoptar una pedagogía más dinámica y participativa que fomente el pensamiento crítico, la reflexión contextualizada y el compromiso práctico.

La formación teológica en este sentido toma un rol importante, y puede ser una herramienta muy útil en las manos de Dios para edificar a la iglesia y ser de bendición para el mundo al buscar no solo impartir conocimiento sino nutrir las almas de los estudiantes para ser más como Jesús y ser preparados para ser sus manos. El problema que se ha dado es que, la formación teológica, recibida por quienes predican en pulpitos y enseñan en otros espacios, es una formación de perspectiva limitada o divorciada de la realidad, enfocada solo en el plano espiritual y un reino del más allá. Erdman (1911) decía:

“Un verdadero Evangelio de la gracia es inseparable de un Evangelio de las buenas obras. No se pueden divorciar las doctrinas cristianas de los deberes cristianos. Con la misma claridad con que define la relación entre Cristo y el creyente, el Nuevo Testamento define la relación entre el creyente y los miembros de su familia, los vecinos en su comunidad y los conciudadanos en su país. Necesitamos poner un énfasis renovado, hoy en día, en las enseñanzas sociales del Evangelio y debemos hacerlo nosotros que aceptamos la totalidad del Evangelio y no dejar que esas enseñanzas las interpreten y apliquen solamente aquellos que niegan lo esencial del cristianismo” (p.118)

Una pedagogía de la misión efectiva debe incorporar elementos de aprendizaje experiencial que permitan a las y los discípulos explorar y aplicar los principios del evangelio en situaciones concretas. Esto puede incluir actividades prácticas como el servicio comunitario, la participación en proyectos de justicia social y la reflexión teológica sobre las experiencias vividas y las situaciones que pasan en la sociedad. A través de estas prácticas, las y los discípulos tienen la oportunidad de internalizar y encarnar los valores del Reino de Dios en su vida diaria, convirtiéndose en agentes de transformación en sus contextos locales.

“La comprensión de la evangelización como tarea central no debiera llevarnos a cerrar los ojos a las otras tareas urgentes: la enseñanza de "todo el consejo de Dios" tendiente a que los creyentes progresen hacia la "madurez en Cristo"; el culto corporativo como expresión de la comunión en Cristo; el servicio mutuo y el cultivo de aquel tipo de relación que hace de la comunidad cristiana una expresión visible de la acción del Espíritu en las vidas de los hombres. Es decir: marturia, koinonia y diaconía. La Iglesia es más que una proclamadora, hábil en la comunicación de contenidos mentales: es la expresión visible de la verdad que proclama.” (Escobar, 1969)

Escobar señala muy bien que, si bien la evangelización es una tarea central para la iglesia, no debe llevarnos a descuidar otras responsabilidades igualmente importantes. Entre estas responsabilidades, destaca la enseñanza de "todo el consejo de Dios". Es necesario resaltar la necesidad de una formación integral de las y los creyentes, que les permita progresar hacia la madurez en Cristo. Esta enseñanza abarca no solo aspectos doctrinales, sino también éticos y prácticos, equipando a las y los creyentes para vivir de acuerdo con los principios del evangelio en todas las áreas de sus vidas. La clave de todo esto es dejarse enseñar, y enseñar desde la sencillez como Jesús lo hizo, con una pedagogía en la que tanto el maestro como el alumno dialogan, reflexionan y desarrollan pensamiento crítico para buscar la voz de Dios y ver la realidad con Sus ojos.

Al reconocer que la misión va más allá de la mera evangelización y abarca la transformación integral de individuos y sociedades, nos enfrentamos al desafío de reformar nuestras prácticas educativas en las iglesias. Este cambio implica adoptar una pedagogía que fomente la reflexión crítica, el compromiso práctico y la contextualización de los principios del evangelio. Siguiendo el ejemplo de Jesús, el maestro supremo, debemos buscar una educación teológica que no solo transmita conocimientos, sino que también nutra el alma y forme discípulas y discípulos transformadores que a su vez formen a otros y otras. Solo así podremos cumplir la verdadera misión de la iglesia como agente de cambio en el mundo, cuestionando los valores del mundo y encarnando la verdad que proclamamos. En última instancia, la pedagogía de la misión nos invita a un diálogo constante entre maestros(as) y discípulos(as), en búsqueda de la voz de Dios y el discernimiento de su voluntad en nuestra realidad presente.

Referencias

Bosch, D. J. (1989). Misión en transformación: Cambios de paradigma en la teología de la misión. Clie.

Douglas, J. D., & Tenney, M. C. (2003). Diccionario bíblico: Mundo Hispano. Mundo Hispano.

Escobar, S. (1969). La responsabilidad social de la iglesia. Ponencia presentada en el Primer Congreso Latinoamericano de Evangelización.

Friedrich, G., Bromiley, G. W., & Kittel, G. (2003). Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Libros Desafío.

Freire, P. (1982). La educación como práctica de la libertad. Siglo XXI Editores.

Freire, P. (2005). Pedagogía de la esperanza. Siglo XXI Editores.

Mateo Vivas Hernández, I. (2017). El pensamiento pedagógico latinoamericano y la reflexión educativa: Un desafío para los nuevos educadores. Presentado en el 4to Congreso Latinoamericano de Filosofía de la Educación.

Padilla, C. R. (1998). Visión Global - práctica local. Revista Iglesia y Misión.

Padilla, C. R. (Ed.). (1998). Bases bíblicas de la misión: Perspectivas Latinoamericanas. Nueva Creación.

Padilla, C. R. (2005). Missão Integral, ensaios sobre o reino e a igreja. Descoberta.

Pistilli P. (2020). Palabra y Mundo: Esperanza para la creación. La teología pesimista y su impacto en el mundo actual.

Padilla, C. R. (2000) El proyecto de Dios y las necesidades humanas. Ediciones Kairós.

Vilamajó Sanchis, E. (2020). Formar para transformar: Propuesta para renovar el ministerio de enseñanza en la Iglesia. Andamio Editorial.


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